lunes, 4 de julio de 2016

QUANDO RITORNERAI



Ya no te echaba en falta. Me había resignado a caminar descorazonada por el mundo repitiéndome hasta el cansancio no mirar atrás, ni a los lados, ni al cielo insolente para no encontrarte en una esquina un día de estos.
Sería caminar mirando al frente con un objetivo por perseguir, que de ninguna forma serías tú o lo relativo a ti, porque si había fracasado en la cruzada por recuperarte era evidente la falta de criterio de mi parte para cosas de este estilo. Entonces sería exitosa.
Esa fue la consigna a seguir lo que me restaba de tiempo, después de que llegaras desbaratándome el orden, dejándome caos, tempestad y lágrimas vinagres…

Ya no te aparecías intermitente por aquí y había días que olvidaba recordarte, tampoco seguí rezando por ti, porque como todo en el planeta se trata de hacer las cosas rápido, poner tu nombre en mis plegarias era una pérdida del tan valioso e increíblemente escaso tiempo para dormir.

Dejaste de sonreír en mis sueños y pese a que se hicieron tormentosos e inconstantes, se bamboleaba el descanso en mi cabeza inquieta porque ya no tenía al catalizador de sus quimeras, que si bien le dibujan un mendrugo de risa a la conciencia, al entender la condición de fantasía de los recuerdos que aseguraba suyos, comenzaba a desmoronarse la moral tras morir de pena.
Era un sueño plagado de sobresaltos, pero no por tu causa, sino por las trampas y chinches tiradas al piso por el demonio alojado en el rincón al lado del ropero en mi habitación.  Ahora que mi atención no tenía dueño, podía reclamarla para él y asustarme. Sin embargo, lleva tanto tiempo en ese rincón y lo ha intentado tanto que ya hasta me cae bien. Hay días en que conversamos.

No he vuelto a soñar.

Ya no me preocupaba mirar el reloj afligida por su carrera acelerada, falta de tregua y no verte regresar. Ya no había nada que ocupara mi pensamiento, excepto que el tiempo no iba a alcanzar para terminar de leer lo que resta por estudiar.
No dolían los minutos, ni los días, porque eran minutos y días menos para llegar al objetivo.
La mortificación del tic-tac afanoso, venía condicionado a tu nombre.

Ya no recordaba tu voz. Había logrado exorcizarla de mi sistema reemplazándola en todos los vacíos que dejó con el sonido del mar al recogerse. Fue tan fácil aguantar el peso del mundo en mis brazos.
Un murmullo de agua se instaló en mi cabeza sin nunca dejar de sonar, arrullando a los arrepentimientos que no tenían nada mejor por hacer que contarme entre susurros el error más grande capaz de cometer. Se acabaron. Comenzaba a desvanecerse lo lóbrego de tu vibrato al cantarme versos de amor eterno.

Era feliz de nuevo.

Si volviera a tener tus ojos en frente, de seguro no los distinguiría de la muchedumbre porque cegué a los míos cuando decidiste romper mi corazón por vengar al tuyo.
Estaba decidida a no perderme en el universo indómito oculto tras el brillo casi celestial de tus ojos caoba, por muy tentador que fuera. No otra vez.

Deambular ciega era mejor.

Ahogaba el ocio continuamente peligroso cuando de olvidar se trata, entre libros de difícil entendimiento, criterios diagnósticos, tratamientos y la contemplación obsesiva del mar para sentirme segura de los ataques silenciosos del inconsciente. Sin ocio no hay divagación, sin divagación no existe peligro.

Era otro día sin nada en particular, salvo por el frío glacial que gusta de anidarse en el tuétano, el día cuando respirar no significaba jadear por una brisa de oxigeno, cuando las estrellas cintilaban porque esa era su función y no para llevar mensajes de amor codificado, fue ese día, al caer la tarde que sentí la rotura del lazo invisible hilado con diamantes y condenado a mantenernos unidos desde el mismo instante de la concepción. Pensé que la libertad dejaría un sabor amargo por los recodos, pero no, era igual a cuando se recuerda un menester pasado por alto, un “Ah, verdad, eso era”.
Él era libre, yo era libre, la vida se supondría benevolente y preñada de las posibilidades entregadas por el albedrio nunca más preso de tus manos. Era libre.

Ya no era necesidad conocer tu paradero, ni menos salir a buscarte por si al dar la vuelta en la esquina, coincidiéramos, así que hice lo que se hace cuando no hay nada por hacer: Servir una copa de vino, armarse de cigarros, tomar un libro y salir al jardín a mirar el cielo. Toda la vida funcionó para traerme paz. Fue la última vez que paseaste por aquí.
Ahí estaba, con el presentimiento resucitado en palpitaciones azarosas del destino, convencida de que hiciera lo que hiciera, el magnetismo tuyo seduciría al mío y le haría el amor desde lejos, siempre de lejos, porque juntos nunca pudimos.
Al caer la tarde, justo cuando el sol daba sus exhalaciones terminales, deseaba que los sueños abandonaran Nunca Jamás para que antes de morir, pudiera entregarme a ti.
Todos los días, hasta ese día, era igual, pero como pasaste itinerante, cargué en tus hombros la condensación de nosotros y de los vástagos de ilusiones para que al partir, también itinerante, te la llevaras. Resultó.

Ya no me eras familiar y tu nombre se convirtió en bruma disipándose fugaz con los vientos vaticinantes de una vida retomada donde la dejé siglos atrás, cuando era una niña insulsa que no sabía que con un saludo la desgraciaría el amor al entregar el corazón sin notarlo. Ahora forjaría uno con arcilla y conchas de mar, cosa de que si me lo robaran, no se perdiera tanto como el último que tuve y para que quién fuera el ladrón tuviera presente que ese corazón más que a la tierra y a su gente, le pertenece sólo al mar.

Ya no te conocía… Dios sabe que no te conocía.

Ya no me importaban tus eternos devaneos desplegados para comprobar tu valía. Entiendo por fin, que tus inseguridades eran mayores que la mías y yo que me sentía protegida bajo tu abrigo. Gracioso si se piensa.

Ya no tenía qué escribir.


Sumida en lo cotidiano, escuchando una canción sin significancia para llenar el silencio, mientras sacudía el polvo de la mesita de luz, una frase en un idioma particular que necesariamente se asocia a ciertos años, vino y lo derrumbó todo: “Quando ritornerai”. 



ESCRITO POR: FRANCISCA KITTSTEINER. 

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