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- ¿¡Te comprometiste!? – Dije casi gritándole al
teléfono.
- - ¡Sí! Son palabras mayores. ¿Quién lo hubiera
pensado? ¡Me tienes que organizar la despedida! – No lo podía creer… Si ayer
andábamos jugando a saltar la cuerda en el liceo.
- - ¡Dios cómo pasan los años, pájara del mal!
- - ¿Y tú? – Preguntó inquisitiva.
- - ¿Yo qué? La familia bien, gracias. – Me reí.
- - ¿Y…? ¡Ya cuenta! ¿Ya maduraron? ¡Harían bonita pareja ustedes dos! ¡Son tan
similares! ¡Los dos huevones más orgullosos que he conocido en la vida! - ¿Es
una broma?
- - Cabra…. Hace mil años que no nos hablamos… Estás
al tanto ¿O ya se te olvidó?
- - ¡Eso es amor tonta lesa! ¡A-M-O-R! - ¿Ok?...
¿Dónde están las cámaras? Gol de Chile. Le ganamos a Uruguay.
- - ¿Qué acaba de pasar por tu cabeza, pájara? ¿Qué
parte de “no nos hablamos hace mil años” no entendiste?
- - ¿Qué parte de “eso es amor” no estas asumiendo,
Franky? – Mátenme aquí mismo.
“Sillón… Atájame” Pensé… ¡Qué terrible! “Amparo, tráeme la
pelota antes de que sigas destruyéndome los zapatos” Le dije a mi perro y cerré
los ojos. Tengo sueño.
¡Suficiente! Mejor me voy a estudiar. Hay tanto por hacer ¡Y
tan poco tiempo, por la cresta!
¿Dónde quedé anoche? ¡Ah sí! ¡Síndrome febril sin foco en
menores a tres meses!”…Empecemos.
20 páginas adelante y la conversación volvió a martillar en
mi entrecejo. ¿A raíz de qué dijo eso? ¡Concéntrate mujer!
Últimamente, muchas cosas han traído reminiscencias de aquel
personaje. Un susurro polizón en el aire que se coló entre el tráfico del
terminal de buses cuando volvía a la cuidad. Las facciones de un extraño
comprando el diario en el mismo kiosco donde paso por los cigarros cada tarde
desde hace cinco años. La letra de una canción en inglés enviada por mensaje de
texto el día de la graduación, siglos atrás y que no había vuelto a oír desde
entonces, hasta que, al pasar al supermercado, la escucho retumbando por los
altoparlantes y ahora, estos disparates hablados con una amiga que no veo desde
Noviembre pasado, en un funeral… Creo que voy a morir.
“¿Cuántos criterios había que cumplir para que fuera un
paciente de bajo riesgo?” Me pregunté para ver si algo de lo leído había
encontrado espacio donde almacenarse… “Todos” Punto para mí.
“¿Qué será de él? ¿Será feliz? ¡Y a mí qué! ¡Ay sí me
importa! ¿Desde cuándo tan nostálgica?... La vida entera, Francisca. La vida
entera.” Me había puesto a hablar sola mientras me preparaba una taza de café y
mi perro, en un ataque de furia satánica, detenía las intenciones perversas de
conquistar el mundo, que traía en mente, una hija de papel arrugada. 20 Páginas
más.
Cabeceaba a medida que repetía estupideces sin sentido
porque ya se me habían enredado los conceptos con los arabescos traídos desde
el recuerdo de unos ojos cafés, dulces, tristes, sedientos. Y ahí me quedé,
perdida en el páramo lleno de escombros, siguiendo un camino de margaritas en
botón, porque la primavera abofeteaba con los sopores de sueños nuevos
aglutinados de porvenir. Hay coincidencias rondando el ambiente, perturbando la
atmosfera que se levanta en la capital un día de semana, cuando las luces se
comienzan a apagar vaticinando la extinción de un día más para que sea un día
menos.
Me voy a dormir. Debo levantarme en un par de horas. La
rutina no perdona.
Las oraciones correspondientes para buscar algo de paz entre
tanto ajetreo. “Buenas noches Amparo… Deja de morderme el pelo. ¡Me duele
hija!”
Soñé con sus ojos. Hacía varios meses no se aparecían. Esa voz.
¿Cómo es posible que todavía la escuche sonar tan clara?... Esa voz… ¡Dios! ¿¡Por
qué si estaba tranquila!? ¿¡Qué pretendes!?
Una bruma de fantasmas se arremetieron entre las cuatro
paredes de la casa, bailando compases en la cocina mientras hervía el agua para
hacer el desayuno. Un tango añejo los hacía despegarse del suelo, mostrándome
dos siluetas raramente familiares, susurrándose secretos entre risas viciadas
de cariño amargo. Se parecían a nosotros, por estas fechas.
El chillido del agua avisaba que estaba lista. Dos cucharadas
de café, nada de azúcar y una hoja de menta en la taza, un par de deseos
guardados en el corazón y la pregunta pertinente por tus huesos “¿Estarás bien?”
¡Ya, espabila! Tienes que ir a rendir examen. Tienes que concentrarte. DEBES
concentrarte.
Y así pasó el día, con vaivenes de tu nombre, como si fuera
una forma masoquista de generar dolor para mantenerse despierta.
Salí del examen y comencé a caminar.
Era de noche cuando caí en cuenta que estaba muy lejos de
casa y debía volver. Quizás, al llegar, prepararía un Bitter, apagaría las
luces para que brillaran las del árbol de Navidad, fumaría el protocolar
cigarro antes de dormir y se restauraría el orden.
Volvía distraída, abstracta, ausente, como en piloto
automático ¡Por la cresta que me afecta tu recuerdo! Y no sé si era producto
del cansancio, alucinaciones si se prefiere, una aparición espectral, pero creo
que te vi pasar…
Sin querer, sonreí.
“Eso es amor, tonta lesa”.
ESCRITO POR: FRANCISCA KITTSTEINER
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