No ha salido de mi cabeza. Me atormenta su ausencia, como
sintiendo su vigilia permanente sin saber si es real o es un invento mío por
aburrimiento o falta de anécdotas nuevas para escribir.
Cada día, sagradamente, sin un horario fijo, pero de
preferencia al anochecer, aparece su recuerdo recriminándome por la soledad,
tan familiar estos años, que agota mi existencia, por tomar las decisiones
erradas, doblar mal en las esquinas de cada camino por donde transité, por no
haber escuchado en su momento y ahora, resignada a vivir del fantasma habitante
en mi conciencia.
Dos años … Esta semana se cumplen dos años desde su
retumbante “no me busques más” que me rompió el corazón, dejándome a la deriva
al perder lo único que pensé sería incondicional: Él.
Reniego de su nombre tratando que duela menos la latencia
del fracaso. A puertas cerradas puedo escribir con amor, pero a la luz del día,
no tengo la licencia de hacerlo… No puedo.
No diré ninguna palabra amarga en su contra.
No diré ninguna palabra dulce a su favor.
Algo me mantiene inquieta, a la espera, pese a que trato de
ignorarlo, palpita, corroe, molesta y hace mariguanzas, impidiéndome olvidar.
Tengo la convicción de volver a verlo, de tener una especie de absolución,
aunque todavía no sé dónde fue que cometí el error. Quizás no entendí sus
intenciones. Quizás perdí la razón, porque para ser franca, no tengo ni una
puta idea de sus huesos y yo espero, sin garantías de nada, a sabiendas del
desperdicio inherente de una vida, que bajo ningún prisma, ha sido bien
aprovechada, como si la destrucción fuera parte importante de su esencia.
La desperdicio en la espera ¿Por qué? Nadie sabe.
Imagino sus manos desnudándome, su piel estremeciendo la
mía, su voz gimiendo mi nombre, mordiéndome los labios al besarme.
Tormento… Tormento es saber que pudo ser real, en un día y
lugar específico, resguardados por el sol de una tarde tranquila de marzo, seis
años atrás ¿Pero qué sabía de la vida hace seis años? ¡Cómo le explico eso si no
me quiere ni ver!
He escrito más para él que las páginas del libro a medio
terminar desde el colegio ¡Y llevo 462 páginas por Dios!… Dios sabe que es
verdad todo lo que digo, cuánto es que le extraño y lo prolíferos que son mis
sueños con su silueta dando tumbos de cuando en vez. Quizás cuánto durará todo
esto.
Se levantó un viento añejo, parecido al de finales de
octubre, moviendo las copas de los árboles cuando el calor no podía ser más
asfixiante, adormeciendo mis pesares ya casi convertidos en concreto seco. Te
recordé todavía más, pero el sueño hizo lo suyo, secuestrándome lejos,
permitiendo el descanso aunque fuera un momento.
Me fatiga tu falta.
Me pierdo en fantasías contigo al lado.
¿Dónde estarás?
La muerte debería ser por piedad.
ESCRITO POR: FRANCISCA KITTSTEINER