viernes, 26 de enero de 2018

BÉSAME EN SILENCIO




Un rumor a destrucción se arremolina más adentro, ocupándolo todo, adormeciéndome el albedrio. Un llamado conocido y supurante de angustias resuena, sin embargo, no respondo. Hoy no tengo ganas.
El sol golpea fuerte asomándose entre las nubes que lo ocultan, pero el viento con sus suspiros, cancela los latigazos de fuego en mi piel.
Todo es gris: el cielo, el mar, la espuma, los recuerdos, hasta las gaviotas volando en frente son cenicientas y yo sigo hipnotizada con el rastro de sal que queda por las olas al reventarse contra las rocas; hay un mensaje escondido en ese velo casi imperceptible…
El día pasa, se va rápido como arena seca escapándose por los dedos, dejando la misma sensación a polvillo añejo, un vestigio de lo que estuvo antes, la sed inaguantable, el palpitar de la carne en respuesta al dolor. Arena para la astringencia del llanto en reserva. 

Cae el sol, lo sé por el frío, no porque lo vea, aunque a lo lejos algo moribundo se le puede llegar a parecer. Se ahoga en su propia mierda por dimitir ante las nubes. Creo que también moriré así.

Hay dos niños jugando a perseguir el agua. Casi nos puedo reconocer en ellos. Teníamos la misma edad cuando nos encontramos y los mismos coqueteos inocentes ocupábamos en aquel entonces. Ojalá ellos sean más inteligentes. Ojalá sepan que el encontrarse prematuro en la vida, no es sinónimo de un amor pasajero…
Le pido al mar se apacigüe un poco. Ese es mi regalo para ellos: la ausencia de preocupaciones por cinco minutos… Hay veces en que solo bastan cinco minutos para determinar una vida entera.
Él me hizo caso y se recoge. Ellos se besan. Yo muero un poco más.

Debuta la bruma a ras de piso y en el cielo, las nubes se fueron a dormir. Miles y miles de estrellas se aglutinan sobre un ébano profundo. Algunas se lanzan al mar creyendo que otro cielo existe ahí, otras titilan tan fuerte como pueden pues, presienten su extinción a la vuelta de la esquina. El resto se queda estacionado en la contemplación del universo y su reflejo como escarcha en el agua.
Un olor a baja marea se desprende, a añoranza vieja… Un deseo por concluir.
Quiero moverme, pero un magnetismo sigiloso me detiene, un dejo de seguridad parecido al abrazo materno en noches de pesadillas.
Ya estamos solos. La gente se marchó y las aves retornaron a sus nidos.
-          -Tengo tanto por contarte – Dije en voz alta, cargada de melancolía. – Pasaron los años y seguimos siendo tú y yo. – Él rugió.
Me levanté para mojarme los pies en la espuma. Comencé a hacer agujeros en la arena con los dedos mientras caminaba conversando con sus gruñidos. Le conté lo que a nadie le había dicho tal vez, por vergüenza o bien, por orgullo; a final de cuentas es la misma porquería: Trabas, caminos sin salida y oscuros, con melasmas de zozobra impregnados por los recodos… el retrato de una soledad austera y presuntuosa. Creo que le oí llorar, aunque pudo ser otra ola desintegrándose de golpe.
-          - No. – Le respondí. – ya no soy la que solía ser. Fui abatida sin darme cuenta o no lo quise hacer. Ni rastro queda de la que conociste. Hay veces en que también la extraño. En alguna parte se perdió, sin dejarse encontrar. En una de esas, se marchó a buscarle.
El agua estaba tibia, peculiar para estas fechas y latitudes, un cambio sutil con un entrelíneas. Podría ser una advertencia o solo el efecto del calentamiento global.
Apareció la luna en creciente, tímidamente teñida de rojo para destacar entre tanto negro. Puse las cosas de vuelta en el bolso para volver a casa y emprendí rumbo.
Alguien venia caminado en sentido contrario, también solo, con las manos en los bolsillos, el pantalón arremangado hasta las rodillas, conversando con el mar. “Otro loco. – Pensé. – Todos actuamos igual.”  Venía lejos, sin importarle la subida de las aguas, absorto mirando el vacío, ausente, como cuando alguien pierde algo y nada más importa. La marca de un corazón destrozado. Sentí pena por su dolor.
Pasó por mi lado y hubo un estallido proveniente de ningún lugar, se iluminó en horizonte con  candiles de gala, escarcha y vanidad, con un silencio demencial mientras al agua retrocedía. “Terremoto” Pensé.
El hombre se quitó la capucha para poder ver mejor lo que sucedida a lo lejos.
-          - Magia – Dijo sin percatarse que yo continuaba ahí, dispuesta a salir corriendo en cualquier segundo. – Magia vieja de sirenas en fuga. – Tras decir esa frase, supe que acabaría todo.
-          - Magia vieja que envuelve a las almas al reencarnarse. – Le contesté. Su expresión cambiaba del extasis al pánico por hallarse en el mismo lugar y a la misma hora con la misma persona que hacía tantos años atrás.
-          - Magia vieja… que me trae de vuelta a mi sirena. – Me tomó la mano sin preguntar siquiera.

El rencor había quedado relegado al olvido. El tiempo perdido se convirtió en un lapsus de animación suspendida. La muerte no perseguía la felicidad. Se habían separado para siempre la una de la otra. Éramos una vez más, los niños de edad temprana jugando a ser adultos con un amor en pausa.

-          - Bésame en silencio. – Le dije, reconociendo en sus ojos al hombre que amé. – Me lo debes.
-          - Te debo la vida entera. Haz con ella, lo que quieras.

ESCRITO POR: FRANCISCA KITTSTEINER


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